No hay manera de predecir cómo se desarrollarán las cosas en la región del Oriente Medio, cuya crisis se agrava día con día por acontecimientos que no estaban en el radar y que constantemente generan nuevos escenarios y, desde luego, nuevas complicaciones. La guerra desatada con el ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre, cuando en una sola jornada esa organización terrorista islámica asesinó a 1,240 personas y secuestró a más de 250, ha tenido ramificaciones casi desde el primer día. De inmediato, el Hezbolá libanés, una organización proxy de Irán, abrió un segundo frente, lanzando cientos de misiles y drones contra el norte israelí. Y desde mucho más lejos, las milicias chiitas hutíes de Yemen, igualmente dependientes y colaboradoras del régimen iraní, también iniciaron su embestida con proyectiles lanzados tanto contra territorio del Estado hebreo, como contra embarcaciones de naciones diversas que comúnmente circulan por el Mar Rojo en su ruta hacia el Canal de Suez.
Israel contraatacó en todos esos frentes, enfocando su ofensiva prioritariamente hacia Hamás en territorio gazatí donde desde hace casi 10 meses se libran intensos combates que han devastado a la Franja y cobrado la vida de cerca de 40 mil personas, de las cuales al menos un tercio son militantes de Hamás. Aun así, sólo la mitad de los rehenes capturados el 7 de octubre han sido liberados, mientras que el resto continúa en cautiverio o ha perecido. Las sucesivas rondas de negociaciones para liberar a los secuestrados, mediadas por Egipto, Qatar y EU, no han fructificado y, mientras tanto, el frente de guerra en el norte de Israel en su frontera con Líbano y Siria y que había sido durante estos 10 meses de relativamente baja intensidad sin escalar a niveles de guerra total, ofrece hoy un escenario de alta peligrosidad dados los acontecimientos ocurridos en esta última semana.
La cadena inició cuando un proyectil Falaq 1 con 53 kilos de explosivos y de fabricación iraní, fue lanzado por el Hezbolá impactando en una cancha de futbol en la localidad de Majdal Shams, dentro de la zona del Golán israelí, habitada por población drusa. El saldo fue de 12 niños muertos y dos docenas más de heridos y constituyó el más mortífero de los ataques contra civiles israelíes desde que la guerra inició en ese frente.
La espiral de violencia continuó cuando tres días después el segundo hombre fuerte de Hezbolá, Fuad Shukr, fue asesinado en un suburbio de Beirut mediante un ataque aéreo israelí. Shukr era además buscado por EU desde hace décadas por su papel en una serie de ataques contra fuerzas norteamericanas, entre ellos los atentados que en Beirut en 1983, en el marco de la guerra civil libanesa, cobraron las vida de 241 marines.
La tensión aumentó aún más cuando dos días después se anunció que el máximo líder político del Hamás, Ismail Haniye, estando en Teherán con motivo de la toma de protesta del nuevo presidente iraní, Masoud Pezeshkian, fue asesinado a medianoche con algún tipo de explosivo mientras dormía. Haniye residía desde hace años en Qatar y se le atribuía una fortuna personal extraordinaria. Israel no se ha reivindicado ese atentado, pero la suposición general es que fue obra de algún operativo montado por el Estado hebreo. El simbolismo de este hecho ha sido muy fuerte por haber sido ejecutado en el corazón mismo de la capital iraní, y por la jerarquía del personaje objeto del atentado.
Es así que tanto el jeque Nasrallah, líder máximo de Hezbolá, como altos funcionarios del Consejo de Seguridad Nacional Iraní y el liderazgo de los hutíes, han anunciado que responderán con toda energía, mientras que en Israel la población toma precauciones ante la posibilidad de una escalada y el premier Netanyahu advierte que, en caso de que ello suceda, la respuesta israelí también será contundente. El panorama es por tanto crítico, porque a partir de lo ocurrido las probabilidades de expansión de la guerra han aumentado considerablemente. EU y la Unión Europea intentan enfriar los ánimos, sabedores de los riesgos inherentes a la ampliación del conflicto, puesto que nada garantiza que no haya cálculos erróneos de parte de alguno de los bandos rivales ni que prevalezca la autocontención necesaria para evitar escenarios apocalípticos.
// Esther Shabot*
*Experta en Medio Oriente, texto publicado en Excélsior el 3 de agosto de 2024.
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